Que no daría yo por arrancarlo de mi alma, de mi ser,
por no extrañarlo con el corazón, con el cerebro –y con otras partes del cuerpo
que no mencionaré para no restarle dramatismo al texto–. Quédate con las
fotografías mentales, con mis intentos de masaje, con mi risita inexplicable y molesta, con mis piques disimulados, con mi
cuerpo acaparando más de la mitad de su cama, con mis gemidos y mis gestos, y
con mis ganas de siempre tenerlo cerca.
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