Erase una vez un cuento sin principio, tú y yo desnudos entre la introducción y el desenlace que existe entre los abrazos que no nos dimos. Entre el sol, y el nacimiento de las flores
Ella tenía la sana manía de vivir en su mundo, a su ritmo y con sus reglas. No es que todo le diera igual, simplemente era así. Alocada y sonriente, con el mundo atrapado en cada gesto y en cada mirada de su vida. Suspiraba con la danza y los finales felices, pero no era una romántica como otra cualquiera ni mucho menos, ella quería un amor, sí…un amor de esos de verdad, de los que le hacen a una suspirar más de la cuenta, y reír más de la cuenta, y hacer el amor más de la cuenta, una vez tras otra sin desgastar ni una pizca de su inagotable energía. (No no, espera…de todas estas cosas nunca puede haber un “más de la cuenta”).
El caso es, que había un problema en toda esta historia.
Él…él no había aparecido. O quizá sí y ella no lo sabía. Y que todavía no habían hecho el amor, ni se habían reído más de la cuenta, ni habían suspirado tampoco. Hablo de ellos, está claro que ella había reído más de la cuenta, y suspirado y hecho el amor! Y él también. Pero claro, sin final feliz, no eran ellos.
Supongo que igual es porque no habían tenido ocasión de enamorarse. Ni de conocerse. Ni de hacer el amor, ni de suspirar siquiera. Y quién sabe si la tendrían…La vida da tantas vueltas que una no sabe qué pasará mañana, ni pasado ni al otro.
Yo solo sé que ellos estaban desnudos en una cama, y que no había desenlace posible.
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